Una experiencia

Durante los meses de verano y otoño del 2005, después de un año de muchos cambios y despedidas, viví una serie de experiencias muy traumáticas y dolorosas que me llevaron a rozar el otro lado del velo. Algunos llaman a esto experiencia cercana a la muerte. En mi caso se manifestó con todos los síntomas de un ataque al corazón; dolor agudo y asfixiante en el pecho que se irradiaba hacia el brazo y el cuello; angustia y sensación de muerte inminente; voces y ruidos atronadores en mi mente y contracciones dolorosas de todo mi cuerpo que se sacudía y agitaba de manera descontrolada sobre la cama. Estaba sólo en mi casa y no tenía ni podía llamar a nadie. Recuerdo que en medio de todo este cuadro escuchaba una voz oscura y tenebrosa en mi mente que decía -¡se acabó! ¡te vas a morir! ¡se acabó!

De repente, en medio de ese cuadro dantesco percibí una «energía» en la cabecera de mi cama que transmitía poder y contundencia. Pude escuchar una voz que de manera firme dijo -¡vasta! y en un instante desapareció TODO.

Aparecí en el VACÍO, en la vacuidad infinita. Una inmensa oscuridad brillaba y me sentía parte de TODO y de NADA. En ese espacio sin espacio no había cuerpo, ni dolor, ni ruido… nada. Pero a la vez todo estaba contenido en ese VACÍO, en ese infinito SILENCIO que, paradójicamente hablaba. No existía duda, ni dualidad, sólo la omnipotente presencia VACÍA que TODO LO MUEVE.

Al día siguiente me despertó el canto de un pajarillo. Lo escuché como si fuera la primera vez que oía cantar a un ave. Abrí los ojos. Un rallo de luz entraba por la ventana de mi habitación. Al mirar los muebles y la estancia, todo rezumaba como una luz blanquecina que todo lo envolvía. Y me levanté. Mi cuerpo, que había estado durante los meses previos llenos de dolores varios no tenía ningún dolor. Incluso el apoyo de mis pies era distinto. Un tanto sorprendido y desconcertado fui hasta el baño y me lavé la cara. Cuando me miré en el espejo me vi. Fue la primera vez que me reconocía. Estaba viendo lo que realmente SOY.

Salí de la casa y me paré en el patio donde la vista se expande hacia las plataneras del barranco Guiniguada con la Catedral de Las Palmas al fondo, rompiendo y adornando el horizonte del mar. Y tuve la experiencia más hermosa que jamás había tenido y que aún conservo…TODO ERA AMOR. Fue la primera vez que vi cómo es realmente el mundo.

Comencé a llorar. Un llanto impulsado por un sentimiento profundo de UNIDAD y de SENTIDO envolvió cada pedacito de mi «nuevo cuerpo», de mi «nuevo ser». Y nada, absolutamente nada volvió a ser lo de antes, ni siquiera yo.

«Cuando integras la UNIDAD en cada célula de tu cuerpo, el pronombre YO casi que deja de tener sentido.»